jueves, 30 de agosto de 2012

"Venezuela nació en Imataca¨"

    Cuentan los abuelos de mis abuelos y quizás un poco más ancestral. que el mundo era extraño, um poco silencioso, pero lleno de color en los valles, en los cielos una frescura que te rosaba la cara y te ponía colorado. El viento era fuerte y caliente, y cada vez que pasaban algunos nómadas les decía al oído," Bienvenidos queridos amigos", La fragancia de los campos y riachuelos era una especie de mezcla de jazmín con eucaliptus y en las eternas noches las estrellas alumbraban el camino de juglares enamorados que eran esperados por candiles del bosque llamados luciérnagas.

       Mis antepasados eran de Imataca y emergieron de aguas calientitas y cristalinas. Como El Señor de los mares fue engañado por una bella sirena, éste decidió que las aguas del mundo estuvieran despobladas, sin vida alguna que le recuerde el oro de sus cabellos, lo tenue de su piel y el rubí de sus labios. Así pues, la vida marina, por mandato real, tuvo que habitar y desarrollarse en las montañas, campos, valles y el firmamento, metabolizando oxígeno para poder subsistir,

         Mis abuelos narran que fue muy difícil el comienzo, muy triste y duro, en especial, para aquellos que no se adaptaban al fuerte calor del verano y a las inclemencias de los rayos del Señor del día. en las noches había más tranquilidad, más frescura, en especial cuando el sol enamoraba a la brillante luna y los hijos de éstos, las simpáticas estrellas, colmaban de alegría los sueños de nuestros pasado marino.

       En algunos poblados no podían comer ni dormir debido al mal humor de la montaña  con humo, llamdos por algunos El Señor Vulcano, por ésta razón, tuvieron que mudarse a otros lugares, sitios remotos en donde habían aves que hablanban y frutos por doquier. Tenían sumo cuidado pues la tierra presentaba grandes huecos como ciudades de rocas. Allí no podían vivir, no había agua, era silencioso.  Cuando pasaban por las cortinas de agua fuerte, tenían ganas de adentrase en ellas, pero El Señor de los mares fue claro y preciso: Solo en las aguas del mundo  deben vivir aquellos con escama, con aletas, como su ingrata amada. A veces, las aguas cubrían la tierra seca llamada erosión por algunos.

          Sin quejarse más y aceptando las virtudes de la tierra, se adaptaron a su nueva vida. Aprendieron a alimentarse y protegerse,  Se multiplicaron por toda la extensión verde y fresca. Al principio aprovecharon lo fructífero de todo aquello, pues renacía nuevamente. Cuando el agua del cielo era cruel y el suelo se movía estrepitosamente se mostraban temerosos de seguir aprovechando de toda aquella felicidad que le obsequiaba el mundo, que al principio fue extraño y desconocido, pero que los recibió con el manto de los relieves.

         El Señor de los mares,. años después,  envió montones de tierras a las cuales llamaron islas. Allí, íbamos a buscar otros frutos desconocidos en donde nos ayudaban unos animalitos muy graciosos montados en los grandes árboles. Observamos luego,  que las montañas se plegaron de una froma sorprendente mientras las aguas iban y venían.

          Un día, agregaron mis abuelos, nos sorprendió un líquido que emergía del suelo caliente, un líquido negro, espeso y silencioso. Nosotros no lo tocábamos. Por ésta razón, paseábamos por otros lugares, más remotos y en donde  veíamos una pequeñitas piedritas amarillas que utilizábanos como faroles, pero las estrellas y las luciérnagas se pusieron celosas y tuvimos que esconderlas en una  cuevas oscuras y entre las piedras de los ríos.

           Al correr del tiempo, éste mundo maravilloso se fue convirtiendo en un lugar mágico, donde las aves de plumaje verde, nos comunicaban las carencias y malestares del reino animal, para nosotros poder ayudarlos, pues ellos nos han recibido con mucho agrado y sin pedir nada a cambio.

            De esta forma, hemos vivido en este lugar sagrado y extraordinario, aunque al principio era etéreo e irascible, por esta razón, mis abuelos fueron muy escépticos, pero con mucha fe en el corazón.

           En una hermosa mañana fresca y alegre, se presentó una vorágine de miles de hojas verdes y olorosas. Mis abuelos y todo el poblado se alarmó mucho, pensando que el Señor de los vientos se había enojado. De repente, solo nueve hojitas verdosas quedaron palpitante. Estaban algo locas. Entraban a nuestras casas por las ventanas y tumbaban todo lo que encontraban y les hacían cosquillas a los niños en sus caritas redondas. Ellos eran los únicos que no le temían. Luego, estas nueves hojitas desedenfrenadas se levantaron frente al señor del día y en forma horizontal armaron una palabra en idioma extraño: VENEZUELA.

          Mis abuelos entendieron perfectamente aquella corriente de letras formadas casi en el cielo. desde entonces, Imataca creció y creció, hasta convertirse en una bella y tropical tierra llamada: VENEZUELA.

                                                                                                     Emely Karam.